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En honor a #Cortázar.

El primer contacto literario con Julio me sacudió. Me dio una cachetada con tal fuerza el insensato que me sangró el hocico del alma infante. Lloré de dolor porque dejé de ser una bestia; el cambio supone siempre un drama. Luego seguí puntual sus libros, letra por letra, excepto Rayuela que me ha dado tanto miedo. Entonces lo soñé al maldito. Lo idolatré. Le escribí una carta en vano. Pero seguí mutando. El lunes protagonicé perplejo una de sus historias discontinuas e incoherentes; el martes, otra, sumamente angustiado, encuadrada en el perfecto y aparente orden cotidiano; con euforia insoportable, el miércoles, una más, suspendida en el instante preciso que ocurre entre el desconcierto y el tedio. Volví a ser bestia. El jueves, iracundo y envidioso, arrojé el libro manoseado por la ventana y luego me arrepentí; el viernes, abstraído, recapacité y corrí a prenderle fuego. El sabático fue sólo eso. Ayer, apacible recorrí la librería, tomé la edición esplendorosa del año corriente, con letras doradas y pasta dura, ¡ay!, ese aroma de tipos frescos en proceso de catálisis. Hoy, que empieza todo nuevamente, resuelto, lo agarré y le di la primera hojeada.

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