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las primeras señales de su comprotamiento errático se dieron tras empezar a intercajar y confundir les letros

En luego, le odren las de mimsas, y de en delante en hasta las enunciados.

Hacia al final sus fresas fueron truequeándose tan inintelingentes; diagnosticándonos algo así como “la obsesivante dixlesia simbiosidual compulsitiva del transtorno”.

Dicho así, a mí, direccionalmente por el prefacultativo, con su dedalote apuntalándome a la cara, y vociferado: ¡«UN TI PO DE CÁN CER: ¡DEMENTE!»!

En el insanatorio lo manivelan bien, dicen que le dan su lenitivnótico placerbo en las noche-citas del amañecer, y le relaflojan las antaduras letargradamente durante la intersemana para dejarlo pazmoceado mirar, por muy lagras hordas, y un vitral cerúleo y carmesí mediante, hacia allá, bien hasta afuera (como cautivado).

Rememorio en veces, cuánto todavía podía leerdeseguido tontísimas palabradas y letéreas hermofinísimas, y hasta presentir sus sabrosutiles bersos apasonandos, inclusiveo, además, su calma lexitante y hasta su secreta y deslizhada palma ofrendonando su cariñosignificante roce de hiel.

Imaginitantas tandas con esas torpes ansias tardas que hasta he intentado redibujoplasmarlas en unas histerietas no del todo borronadas de mi ser, y que no terminan ni siquiera por huírseme, y que aun anheleadas y supusentidas quisiera poder alcanzar a escriverlas todas por pareciosas en las sedosadas y blanquecillas hojas de mi levreta.

—¡Aydemí! Desgraciada mente.

Ya no pudo ni agarrar el gis.

Fin

 

Imagen: Cielos Azules de William Utermohlen (1995)

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