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Ha regresado la peste.

 

Ahora se postra

sobre la corona del árbol del mundo.

 

En la cima justa

del ahuehuete

de nuestra conciencia primigenia

se ha instalado.

 

Transmuta,

desgarra,

quita el aire

y extingue.

 

Naturaleza,

reacción,

energía de molécula

desfigurada.

 

¡Oh, veneno,

cómo perturba,

sacude la psique,

espanta al corazón

y remueve en la entraña!

 

La angustia se agazapa

bajo la voz quebradiza

de los deudos,

quienes lloran la pura ceniza.

 

Entonces, algo se vislumbra,

se levanta del letargo luengo.

 

La voluntad fracturada,

un espíritu dolorido,

la pasión rota,

el sentimiento minado,

o un deseo

que quiere andar de nuevo.

 

La

esperanza

de la

gota

en catarata.

 

Aquella ínfima flama

flagrante del fuego infernal

que se conflagra

en el nido

del ave universal.

 

La ilusión del futuro imposible.

La fe en el divino designio,

eternidad incierta

y prometida.

 

El ánimo en el tiempo del amanecer,

persistencia del estar y del ser;

absurda necesidad de continuar.

 

Instinto de conservación,

han dicho.

 

Y pienso,

no es eso,

sino estas malditas ganas

de seguir viviendo.

***

Escrito el 1 junio 2020, en el contexto de la pandemia por Covid 19, publicado originalmente en la página de la revista literaria de Sombra del Aire.

 

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