Galería fotográfica de la charla impartida "Miguel Hidalgo y Costilla: Entre mitos, anécdotas y genealogías".…
MIGUEL HIDALGO Y COSTILLA: ENTRE MITOS, ANÉCDOTAS Y GENEALOGÍAS*
Muy buenas noches, antes de iniciar quiero agradecer la amable invitación del Ing. Álvaro Espinosa Navarrete, de MUESART, por la oportunidad de participar y compartir con ustedes una vez más este hermoso recinto.
Gracias a los distinguidos miembros del Universty Club of México, a mi amigo el Lic. Francisco Villa Betancourt, por todas sus atenciones.
Saludo y agradezco la presencia de algunos invitados especiales, la Dra. Elizbeth Álvarez Sánchez, Coordinadora Académica de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, a mi amiga la Dra. María García Acosta, Investigadora y catedrática de la misma Universidad, con quien he compartido y participado ya en este y otros foros y a quien acudo con frecuencia para atender alguna que otra duda sobre Hidalgo y la historia. Muchas gracias por estar aquí.
Asimismo, agradezco la presencia de María de los Ángeles del Río, ex diputada federal de Morena, y actual presidenta del Movimiento Voces del Pueblo. Del maestro Jorge Valencia, especialista en asuntos educativos y municipales, y de mi amigo Ronald Moncayo Paz, maestro en economía a quien conozco desde hace por lo menos treinta años.
Agradezco además la compañía de Eva Bodenstedt, de la familia Revueltas, de Vania Casasola, de la familia Casasola, de mis apreciados amigos y amigas de la Cámara de Diputados, a todos mis demás estimados amigos y a los integrantes de mi enorme y queridísima familia, gracias, gracias, muchas gracias, tíos, tías, cuñadas, primos y sobrinos por estar aquí.
Especialmente agradezco a mi esposa Nancy, a mi mamá Josefina, a mi hermano Aldo y a mi tío Juan, por alentarme siempre y por compartir todas estas aventuras conmigo.
Por supuesto, cada vez que participo en alguna actividad como esta, deben saber que lo hago con el cariñoso recuerdo y a la memoria de mi abuela Lola, doña Dolores Hidalgo y Costilla Ríos.
Muy buenas noches, distinguidos invitados, damas y caballeros.
Me siento profundamente honrado de compartir con ustedes esta charla, a unos días de celebrar el 215 aniversario del inicio de la Independencia de México, para comentar un poco sobre don Miguel Hidalgo y Costilla, algunos aspectos no tan conocidos de su vida, anécdotas interesantes de mi bisabuelo y otros datos interesantes de genealogía.
El nombre de Miguel Hidalgo resuena con fuerza en la memoria de México. El personaje adquirió la dimensión mítica del sacerdote ilustrado, del caudillo valeroso, del mártir de la libertad, y finalmente del Padre de la Patria.
La historia crítica como resulta evidente mostrará sus luces y sombras, pero el mito, el relato de boca en boca las redefine, las engrandece, y como es el caso, las convierte en símbolo colectivo.
El mito, según Carlos Herrejón Peredo, es un relato fundador que pasa de generación en generación, donde personajes casi sobrehumanos llevan a cabo acciones extraordinarias que se enlazan con hechos históricos o ficticios. Este tipo de narración se sitúa en el tiempo original de una sociedad y se celebra culturalmente como un rito.
En consecuencia, los elementos históricos del mito están subordinados a su función principal: forjar la identidad de un pueblo y reflejar sus ideales, frustraciones, esperanzas y desencantos. Así, el mito actúa como un credo que fortalece las raíces culturales de una comunidad.
De tal manera Hidalgo y su relato se ha infiltrado en las venas de nuestra historia como símbolo, a través de la memoria que lo coloca en un lugar dentro del corazón de nuestra identidad nacional.
Detrás de esa imagen monumental también hubo un hombre, con una vida llena de adversidades y una trayectoria diferente y esencial que explican el origen de sus ideas y de sus actos.
Conocer algunos fragmentos de su biografía, aunque sea de manera breve, nos permite comprender cómo fue que aquel sacerdote entregado, estudiante y maestro dedicado, aquel lector incansable se transformó en el líder indiscutible que iniciaría el complejo camino hacia nuestra independencia.
Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo y Costilla Gallaga, segundo de cinco hermanos, nació en la Hacienda Corralejo en San Francisco de Pénjamo, Guanajuato, en 1753; sus padres fueron Cristóbal Hidalgo y Costilla Pérez Vendaval; y Ana María Gallaga Mandarte y Villaseñor. Quedó huérfano de madre a los 9 años.
El ambiente familiar de la familia de Miguel estuvo conformado por gente de carrera profesional, principalmente del medio clerical. En 1765, a los 12 años, junto con su hermano José Joaquín, de 14, ingresó al Colegio de San Francisco; y ahí estudió y se certificó en gramática y retórica.
En 1770, a los 17 años, obtuvo el grado de Bachiller en Artes, y en 1773, le otorgaron el certificado por sus estudios de Moral y de Teología Escolásticas, además de otro grado más de Bachiller en Teología por la Real y Pontificia Universidad de México.
En el siguiente documento de 1774, el joven Miguel, de 21 años, solicita ser admitido a la primera tonsura clerical, que consistía en cortarle un poco de cabello como señal de ingreso a la vida eclesiástica, y pide además recibir las llamadas cuatro órdenes menores: ostiario, lector, exorcista y acólito.
Estos grados eran pasos iniciales para convertirse en sacerdote, equivalentes a un proceso de formación y responsabilidades progresivas dentro de la Iglesia.
Lo hace en nombre del idioma otomí, lo que significa que se preparó también para predicar y atender espiritualmente a comunidades indígenas en sus propias lenguas.
Este documento, escrito y firmado de su puño y letra, nos muestra a un joven entusiasta, en los inicios de su carrera religiosa, listo para formalizar su compromiso ante la autoridad eclesiástica.
Por aquellas fechas se incorporó a la tarea magisterial en el Colegio de San Nicolás Obispo, donde impartiría diversas cátedras en temas humanísticos.
En 1778 fue ordenado sacerdote. Además de un destacado trabajo con su feligresía, colaboró con funciones de dirección, fue tesorero y más tarde rector del mismo Colegio, hasta que lo dejó en 1792.
Se sabe también que Hidalgo fue un gran aficionado de la música, gustaba mucho de escuchar y tocar el violín, instrumento del que se sabe coleccionó algunas piezas. También le gustaban los toros, el jaripeo y jugar a las cartas.
Hidalgo, hablaba y escribía en varias lenguas, como ya lo vimos, además del otomí, aprendió náhuatl y purépecha, y dominó también el francés, el italiano y naturalmente el latín.
Por otra parte, es bien conocido que Hidalgo tuvo interés y pasión por los libros, fue un lector apasionado. En su biblioteca convivieron los clásicos grecolatinos —Cicerón, Ovidio, Virgilio y Demóstenes— junto con autores europeos y novohispanos, como Francisco Javier Clavijero, Charles Rollin, Claude Fleury, Cornelio a Lápide, Agustín Calmet y Benito Jerónimo Feijoo.
También conoció las obras de los dramaturgos franceses Racine y Molière. Está bien documentado que realizó traducciones de piezas teatrales, entre ellas, por ejemplo, El tartufo o el impostor, que incluso llegó a representar en funciones de teatro en las plazas vecinas con ayuda de los amigos de su congregación.
Además, leyó a Juan Andrés, el sacerdote jesuita español, escritor humanista, científico y crítico literario, padre de la Literatura comparada universal española del siglo XVIII.
Junto con estas lecturas, que le daban solidez humanística, filosófica, histórica y literaria, consultó también algunos diccionarios y manuales técnicos, nos cuenta Roberto Ramos que:
“El cura Hidalgo en enero de 1810, estuvo en Guanajuato y ya leía en casa del cura Labarrieta, “la conspiración de Catilina”; allí pidió prestado un tomo del Diccionario Universal en que estaba el artículo referente a la construcción de cañones.”
Aquí una pausa para comentar dos apuntes cortos. El primero sobre la Conjura de Catilina.
En el año 63 a. C., Lucio Catilina, un aristócrata que perdió un consulado, organizó una conspiración para tomar el poder en Roma. Su plan era asesinar a cónsules y senadores opositores para establecer un nuevo orden político.
Sin embargo, Cicerón, cónsul en ese año, descubrió la trama. Tras acusar a Catilina en el Senado, este huyó con los rebeldes. La conspiración fue derrotada y Catilina murió más tarde en combate.
El segundo comentario se refiere la lectura de Hidalgo sobre la construcción de cañones. De acuerdo con Herrejón, el 8 de octubre de 1810, al reorganizar las autoridades de la intendencia en Guanajuato, Miguel dispuso la fundición de cañones, tarea encomendada a Rafael Dávalos, egresado del Colegio de Minería.
Los primeros cañones, [nos dice], tardaron unos quince días en estar listos; y aunque la mayoría resultaron débiles y se reventaron, uno que resistió la prueba fue grabado con el nombre de “El libertador de América”, en honor a Hidalgo.
Bien, retomando a las lecturas que influyeron en Hidalgo, Ramos nos comenta que:
“Durante las fiestas a que asistía y organizaba Hidalgo, [éste] aprovechaba las reuniones para dar lectura a libros prohibidos, entre otros muchos el Código de Napoleón, que sería la base de las leyes que regirían los destinos de México en el período de la Independencia”
Aquí señalo la importancia de este Código, promulgado en 1804, que fue un conjunto de leyes civiles francesas que modernizó la legislación después de la Revolución.
Reguló la propiedad, el matrimonio, la herencia y los contratos, eliminó privilegios feudales y estableció igualdad jurídica de la ciudadanía. Además, sirvió como modelo para muchos países de Europa y América Latina
Regresando con Hidalgo, vemos como estudió a través de los libros, lo que le permitió también aprender y enseñar diferentes oficios, como la siembra de la morera para el cultivo del gusano de seda, la creación de talleres de alfarería, siembra de uva para hacer vinos, apicultura y ganadería, entre otros, siempre con la firme convicción de ayudar a las personas más necesitadas de sus pueblos.
Añade Roberto Ramos:
“…se reunían por las noches en el curato todos los obreros de sus fábricas, y allí les leía el cura los libros que trataban de las industrias que ejercían, y luego les hacía explicaciones verbales de los textos; terminada aquella cátedra industrial, a la que no sólo asistían sus obreros, sino todos los vecinos que querían aprender, se seguía la tertulia; reunidos los principales vecinos y sus familias, se leían los periódicos, y se hablaba de los acontecimientos de España y de los del país.”
Resulta pertinente aquí comentar otra anécdota importante sobre un documento de índole filosófica escrito por Miguel Hidalgo, quizá el único que se conserva íntegro de su etapa de juventud.
En 1784, cuando tenía 31 años, escribió, en latín y español, una Disertación sobre el verdadero método de estudiar teología escolástica. En este texto, realiza un ejercicio académico en el que se aprecia a un joven pensador inquieto quien desde su Colegio ya proponía transformar la enseñanza tradicional de la teología.
Decía que, en lugar de limitarse a la rígida escolástica, se defendiera la educación con una visión más positiva y práctica, orientada a la vida real. Estas ideas desafiaban la ortodoxia tomista de la escolástica española, este acto demuestra uno de los indicios sobre su pensamiento de independencia intelectual.
Esta propuesta del joven Hidalgo generó en su momento, debate y críticas, pero también reconocimiento, como lo muestran cartas y comentarios de otros teólogos de la época.
Vemos así a un personaje que, mucho antes de encabezar la lucha insurgente, ya se cuestionaba sobre las rígidas estructuras y proponía un aprendizaje más libre y útil al interior de su propia institución.
Otra anécdota importante documentada por Castillo Ledón, nos cuenta que, en los años previos a su traslado a San Felipe, Miguel Hidalgo mostró una faceta que lo distinguió siempre entre la congregación como entre sus colegas: su inagotable disposición por ayudar.
Como cualquier otro ciudadano, Hidalgo, tenía muchas responsabilidades, deudas y compromisos financieros con sus familiares, se sabe que, junto con sus hermanos, siempre apoyó a su padre y familia con recursos para el pago, la administración y el mantenimiento de la hacienda familiar.
Por tanto, debió gestionar esas dificultades con astucia, no obstante, de acuerdo con Ledón, en 1793, Hidalgo, antes de mudarse a la Parroquia de San Felipe, en Guanajuato, regaló su casa al Ayuntamiento de Colima, donde radicó una temporada, para que allí se estableciera una escuela.
Este acto de Miguel refleja una clara convicción humanitaria, un gesto de ayuda a los jóvenes de aquellos poblados para ofrecerles un espacio educativo, a pesar de sus problemas económicos.
El contexto social de la región del Bajío novohispano donde nació y vivió Hidalgo fue próspero para muy pocos, a la vez que profundamente desigual.
Los criollos propietarios de haciendas y minas acumulaban riqueza, mientras los indígenas y peones vivían sujetos a deudas y tributos.
La sociedad colonial estaba rígidamente estratificada: peninsulares en la cúspide, criollos resentidos por la exclusión, los mestizos y las castas marginadas, y los indígenas sometidos, por no decir que todavía esclavizados.
Transcurría una etapa marcada por carencias materiales y desequilibrios sociales que aquejaban a la Nueva España.
Hubo sequías y crisis alimentarias que mostraron la fragilidad de la población frente a la pérdida de cosechas, alza de precios y propagación de epidemias que diezmaron mucho a la población.
A esto se sumaban impuestos onerosos como la alcabala y el monopolio de productos básicos.
La Iglesia dominaba buena parte de la vida cotidiana, manejaba los préstamos y los cobros usurarios.
De estas tierras salía el dinero y gran parte de los recursos para sostener las guerras en Europa.
El malestar social era evidente y se agravó con la crisis de la monarquía española, la invasión napoleónica y las influencias de la independencia de Estados Unidos y la Revolución Francesa.
Hidalgo, criollo, conoció y vivió de cerca estas desigualdades. Así, nos encontramos ante una figura culta, generosa, y sensible ante las injusticias que también padeció.
Lo que sucedió después, a grandes rasgos, ya lo conocemos, Hidalgo y otros importantes personajes se reunieron. Entre 1808 y finales de 1809, Hidalgo se integró y participó en una sociedad secreta en Valladolid que proyectaba instaurar cambios en la forma de gobernar estas tierras.
Esa decisión marcaría el tránsito de su vida personal y sacerdotal hacia la causa insurgente.
Al año siguiente la madrugada del 16 de septiembre de 1810, Miguel Hidalgo y Costilla inició el movimiento rebelde en Dolores, con una arenga en la plaza y con la insignia de la Virgen de Guadalupe como estandarte.
Poco después, el 21 de septiembre en Celaya, es nombrado Capitán General y, el 28 encabeza la toma de la Alhóndiga de Granaditas.
En octubre, el movimiento se expandió rápidamente, el 19 en Valladolid se promulgó el célebre Bando de abolición de la esclavitud, que puede ser reconocido como el primer documento de justicia de nuestra independencia.
El 20 de octubre, José María Morelos se une a la causa, y el 30, los insurgentes vencen en la batalla del Monte de las Cruces, aunque el 1 de noviembre Hidalgo se desiste de entrar a la Ciudad de México.
El 31 de octubre Hidalgo publica y entrega a Morelos el Plan del Gobierno Americano. Donde delinean los principios para organizar políticamente al movimiento insurgente, como fundamento de un proyecto nacional, más allá de la lucha militar.
El 29 de noviembre, expidió en Guadalajara el decreto histórico para abolir la esclavitud, los tributos y los estancos.
El 5 de diciembre, ordenó el reparto de tierras a los naturales, con la finalidad de devolverles la posibilidad de cultivar sus tierras y mejorar sus condiciones.
El 15 de diciembre, Hidalgo publica otro manifiesto dirigido al pueblo, en el que proclamaba la independencia absoluta y exhortaba a criollos, mestizos e indígenas a sumarse a la causa de la libertad.
Propuso también,mediante estos documentos, la creación de un Congreso Nacional, enfatizando la necesidad de un gobierno legítimo y representativo. En sus propias palabras:
“…un Congreso que se componga de representantes de todas las ciudades, villas y lugares del reino […] para mantener [su religión], y dictar las leyes suaves, benéficas y acomodadas a las circunstancias de cada pueblo.”
De la misma manera, Hidalgo comprendió la fuerza de las palabras y confió en el poder de la imprenta, así que fundó con Francisco Severo Maldonado, el periódico El Despertador Americano, aunque tuvo corta duración, a través de sus páginas difundió mensajes para exhortar a los pueblos a romper con la monarquía y a construir una patria soberana.
Vemos como, con su discurso, en cada documento Hidalgo transformó la guerra insurgente en un movimiento de esperanza, ideas y leyes.
La respuesta virreinal fue implacable. Tras meses de campaña, en marzo de 1811 la primera etapa de la insurrección terminó para el caudillo con una cobarde traición que lo llevaría a su fin, una prisión en donde fue sometido a un terrible juicio de degradación y excomunión.
Fue un doble proceso, practicado el primero por sus colegas de la iglesia, y el segundo por los militares, que culminaría con el cruel desenlace de su asesinato por parte de los realistas.
La narración del fusilamiento, que nos brinda Herrejón, dice que la mañana del 30 de julio de 1811, en aquella prisión de Chihuahua, se marcó el fin terrenal del iniciador de la Independencia.
Desde las primeras horas del día mostró serenidad: tras desayunar chocolate caliente pidió un vaso de leche, que bebió con calma.
En el trayecto hacia el cadalso, aún tuvo la entereza de pedir unos dulces que había dejado en su celda, para repartirlos entre los soldados que habrían de dispararle, a quienes alentó con palabras de perdón y comprensión.
Al llegar al lugar del suplicio, rezó con voz fuerte el salmo, “Ten Piedad de mí”, y se negó ponerse de espaldas como traidor.
Con un crucifijo en las manos, señaló su propio corazón, como “el blanco seguro”, mostró la firmeza de un hombre que asumía su destino con dignidad.
El primer grupo de tiradores abrió fuego, hiriéndolo en el vientre y en un brazo.
La venda cayó y dejó al descubierto sus ojos serenos, mientras una segunda descarga lo laceraba sin darle la muerte definitiva, pues los soldados temblaban ante la magnitud del momento.
Finalmente, dos soldados se acercaron y dispararon a quemarropa sobre su pecho, consumando así su muerte.
Su cuerpo de manera inmediata fue expuesto en la plaza, su cabeza cercenada y salada, fue enviada a la Alhóndiga de Granaditas, junto con las de Allende, Aldama y Jiménez.
Allá fue expuesta como escarmiento para la población, y dejada ahí por más de 10 años.
Tiempo después, sus restos fueron trasladados a la Catedral Metropolitana, y en 1925 a la Columna de la Independencia, donde reposan como testimonio del alto precio que costó abrir el camino de nuestra libertad.
Un día antes de morir, Hidalgo escribió con un pedazo de carbón en el muro de su celda, dos poemas dedicados a sus carceleros, el primero al cabo Ortega, y el otro al alcaide Melchor Guaspe.
Ortega, tu crianza fina,
tu índole y estilo amable
siempre te harán apreciable
aún con gente peregrina.
Tiene protección divina
la piedad que has ejercido
con un pobre desvalido
que mañana va a morir,
y no puede retribuir
ningún favor recibido.
Melchor, tu buen corazón
ha adunado con pericia
lo que pide la justicia
y exige la compasión,
das consuelo al desvalido
en cuanto te es permitido,
partes el postre con él
y agradecido Miguel
te da las gracias rendido.
Bien, después de concluida esta breve evocación de la vida y gesta de don Miguel Hidalgo, pasemos ahora a comentar de manera gráfica la genealogía de una de las ramas de su Familia.
Todo inició con el matrimonio de Cristóbal Hidalgo y Costilla Pérez Vendaval, con Ana María Gallaga-Mandarte Villaseñor, en 1750.
De la unión nacieron 5 hijos: José Joaquín, Miguel, José María Cesáreo, (fallecido), luego José María de la Trinidad, y al final Manuel Mariano Hidalgo y Costilla Gallaga, (al nacer este último murió la madre).
Cristóbal, el padre, se casaría dos veces más, pero sólo hablaremos hoy de este primer matrimonio.
De aquí tomamos a José María de la Trinidad, el siguiente hermano de Miguel Hidalgo, de donde viene la rama directa de mi familia, quien se casó con Sebastiana Villaseñor, resultando seis hijos.
Gabino Cue nos dice:
“…en 1759, nació en la hacienda de Corralejo, José María Hidalgo y Costilla, el cuarto de los hijos. Aprendió las primeras letras con su padre y pasó al Colegio de San Nicolás Obispo, tal vez en 1773, y, según indica José María de la Fuente, el 18 de abril de 1780 recibió el grado de bachiller en artes en la Universidad de México por sus estudios en aquel Colegio, siendo su lector examinador José Joaquín Hidalgo, su hermano mayor.”
Posteriormente, nos comenta que:
“[José María]…Siguió la carrera de medicina, pero la abandonó; más tarde trabajó con su padre en las labores agrícolas de la hacienda de Corralejo… A la muerte de don Cristóbal Hidalgo, [José María]… se quedó como administrador de la hacienda de Corralejo…”
José María ingresó al ejército en julio de 1795, cuando tenía 36 años, y sirvió como teniente en el Regimiento de la Reina.
En 1806 recibió una hoja de servicios favorable, aunque esto no le impidió volver a encargarse de la hacienda familiar.
La relación entre José María con su hermano Miguel fue muy cercana.
Ahora pasamos a mostrar el matrimonio de su tercer hijo, Domingo Hidalgo y Costilla, con Josefa Campuzano, que se efectuó en mayo de 1824. De aquí nacieron ocho hijos.
El séptimo hijo, Benito Hidalgo y Costilla Campuzano, se casó dos veces, la primera con Soledad Hernández Villanueva, nuestra tatarabuela, con quien tuvo a un hijo único, de nombre Joaquín Hidalgo y Costilla Hernández, es decir, nuestro bisabuelo.
La segunda esposa de Benito fue Luisa Macías, con la que tuvo a Mariano, a Amalia, y a Miguel, medios hermanos del bisabuelo Joaquín con los que convivió mucho, principalmente con Miguel.
El 20 de septiembre de 1920, a la edad de 40 años, se casó José Joaquín Hidalgo y Costilla Hernández, con Aurora Ríos Aranda (1897-1974) de 23 años, resultando de su matrimonio, el nacimiento de 11 hermanos y hermanas, el primero de ellos fallecido al nacer.
Ellos son, en orden de nacimiento: María Magdalena, Benito, Miguel, Dolores, Aurora, Carolina, Luz, Joaquín, Hortensia, y Martha, todos Hidalgo y Costilla Ríos.
Posteriormente, del matrimonio entre mis abuelos Dolores Hidalgo y Costilla Ríos, y Emilio Alvarado Guerrero, nacieron seis hijos: mi finado padre, Víctor Manuel, Dolores, Hilda, Juan Luis y Soledad, quienes hoy nos acompañan.
Además, están hoy aquí presentes entre nosotros hijos, nietos y bisnietos de Hortensia, de Aurora, de Benito y de Joaquín Hidalgo y Costilla Ríos.
Es importante mencionar que falta todavía mucha información y tiempo para conformar un árbol genealógico completo.
(Aquí se hizo una breve pausa y se proyectaron algunas imágenes familiares)
*Las fechas correctas son (1925-1922)
Pues bien, para concluir este recorrido, me gustaría compartirles algunos hallazgos encontrados en el Archivo General de la Nación sobre la figura de mi bisabuelo Joaquín.
Que, más allá de los registros oficiales, nos revelan algunos aspectos de su vida mediante anécdotas y recuerdos transmitidos de manera directa por parte de mi abuela Lola, relatos de familia envueltos en las circunstancias de su tiempo.
A partir de 1942, mi bisabuelo José Joaquín, encabezó, junto con vecinos de Ciudad Manuel Doblado, Guanajuato, una serie de solicitudes dirigidas al presidente Manuel Ávila Camacho. En ellas denunciaba que su comunidad seguía aislada, sin agua potable ni energía eléctrica, apelaba a la justicia social y al orgullo histórico de la región, recordando que aquella era tierra de héroes insurgentes.
Las autoridades federales respondieron trasladando el caso a distintas dependencias, pero advirtieron que no habría apoyo si no existía una aportación previa de los pobladores.
Entonces Joaquín asumió el reto de organizar a la comunidad. El 10 de diciembre de 1943, a sus 63 años, logró constituir la Junta Municipal de Mejoras Materiales de Ciudad de Manuel Doblado, un organismo vecinal que reunió más de 3 mil 700 pesos en aportaciones voluntarias, con la meta de alcanzar hasta 10 mil con respaldo del gobierno federal.
El acta muestra su liderazgo al convocar a vecinos y autoridades, entre ellos al presidente municipal de aquella ciudad, y a otros funcionarios, al presentar un plan concreto para financiar las obras de electrificación y abasto de agua.
De tal suerte, Joaquín, ya radicado en el Distrito Federal, en la calle de Tenochtitlán 138, se convirtió en portavoz de su comunidad originaria, cuya gente estuvo dispuesta a colaborar económicamente para obtener los servicios.
En 1944, envió un nuevo oficio al presidente Ávila Camacho. En él explicaba que no se habían obtenido resultados concretos y detallaba con precisión técnica cómo podían aprovecharse los veneros para el agua y cómo llevar la electricidad desde la Hacienda de Jalpa, ubicada a veinte kilómetros de distancia de su pueblo.
Exigía además que un funcionario de la Presidencia diera seguimiento al caso.
Este documento demuestra su capacidad de argumentar con claridad técnica las soluciones propuestas para la gestión de agua y luz, de tal manera Joaquín, fungió como representante y gestor ciudadano frente a la ya conocida indiferencia burocrática.
No cuento todavía con el desenlace documental de esta solicitud, sin embargo, puedo asegurarles que aquella Ciudad Manuel Doblado, logró, eventualmente contar con agua y electricidad.
En un momento posterior, en agosto de 1947, Joaquín dirigió otra carta, pero esta vez al presidente Miguel Alemán Valdés.
El documento constituye un testimonio invaluable, porque en este se deja constancia de su vida pública y militancia política. Se presenta con estas palabras:
“El que suscribe Joaquín Hidalgo y Costilla, es uno de los decanos de la pasada campaña presidencial, que culminó con su brillante triunfo a tan delicado y honroso puesto; habiendo iniciado mi labor como a usted le consta en el Distrito Federal, donde organicé el Noveno Distrito Electoral en Tacubaya; el Partido Tranviario, así como numerosos grupos de carácter político en distintos sectores sociales. Posteriormente extendí mis labores a los estados de Guanajuato y Jalisco, habiendo tenido el honor de saludar a usted en Ciudad Guzmán, Jalisco, así como en Veracruz. Debo hacer constar, señor Presidente, que todos los grupos por mí organizados, fueron adheridos al Frente de Unificación Revolucionaria (FUR), donde se me concedió una credencial como Delegado General en la República Mexicana.”
Vemos a un Joaquín a sus 67 años todavía muy activo en el ámbito político de la Ciudad de México y de otras regiones del país.
Por otra parte, esta carta es muy importante, porque además de presentarse, solicita con sobriedad, pero con firmeza, el otorgamiento de una pensión por parte del estado, en su calidad de descendiente colateral de Miguel Hidalgo.
Lo hace ya como adulto mayor y por diversas necesidades y complicaciones económicas.
Estoy seguro que en otra oportunidad podremos platicar ampliamente sobre las reiteradas solicitudes que Joaquín gestionó ante los presidentes durante varios sexenios, sin obtener respuesta favorable.
Aunque es importante señalar, que quizá asesorado por alguien de Gobernación en donde trabajó, o por su compadre, don Hilario Medina Gaona, quien fuera diputado Constituyente, y posteriormente presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, se diera cuenta de que su solicitud de pensión solo tendría éxito si se gestionaba a través del Congreso.
Tiempo más tarde, Joaquín, en efecto logró, a través de la Cámara de Diputados, que le fuera autorizada una pensión en octubre de 1947, por la cantidad de 5 pesos diarios, publicándose el Decreto correspondiente en el Diario Oficial en enero de 1948.
Debo decir que de esto todavía no he encontrado algún comprobante o recibo en el archivo que indique que en efecto le haya sido entregada la supuesta pensión a mi bisabuelo.
Puntualicemos que el otorgamiento de pensiones a los supuestos descendientes de Miguel Hidalgo y Costilla, a lo largo de los siglos XIX y XX, no podría entenderse únicamente desde el ámbito jurídico.
Cada decreto o acuerdo legislativo debió estar acompañado de motivaciones morales, políticas e históricas que explican por qué el Estado mexicano decidió reconocer con beneficios a quienes afirmaban descender del Padre de la Patria.
Aun cuando en casi todos los casos, resultaba incierta o incluso claramente falsificada la descendencia, con excepción, por supuesto, de la de mi bisabuelo, quien acreditó documentalmente, de manera colateral, su descendencia como tataranieto sobrino de Miguel Hidalgo.
En el trasfondo de estas decisiones por parte del estado, prevaleció la noción de gratitud nacional.
Para los legisladores, negar apoyo económico a quienes se presentaban como herederos de Hidalgo equivalía a desairar la memoria del hombre que había entregado su vida por la independencia.
De hecho, no pocas veces se admitió abiertamente que no existían pruebas legales de filiación, pero aun así se otorgaba la pensión como un “acto de gratitud nacional”, de tal manera el simbolismo superaba la certeza documental.
A este razonamiento moral se sumaba otro político, derivado de la aplicación extensiva de leyes sobre pensiones civiles y militares, que establecían la obligación del Estado de sostener a los servidores de la patria o a sus familias.
Aunque está comprobado que Hidalgo no dejó descendencia legítima, el Congreso interpretó que sus supuestos hijos o nietos debían ser incorporados en este beneficio, como si heredaran de manera simbólica el derecho adquirido por los servicios prestados por su insigne antepasado.
Ya para concluir, quiero platicarles una de las anécdotas más entrañables que contaba la abuela Lola, mucho antes de todas estas que recién les muestro.
Se trata de que sus padres, Joaquín y Aurora, emprendieron con gran sacrificio, el negocio de una pequeña cocina en el Distrito Federal.
El lugar se convirtió en punto de encuentro para trabajadores tranviarios, muchos conocidos del bisabuelo, pues en algún momento él había colaborado políticamente o trabajado de manera cercana con su agrupación sindical.
El modesto establecimiento ofrecía desayunos y comidas a precios asequibles, los tranviarios, confiados en la solidaridad mutua, solían pagar sus cuentas cuando llegaban los días de cobro.
Sin embargo, durante las jornadas de huelgas que sacudieron al gremio en aquella época entre 1925 y 1935, privados de salario, los tranviarios ya no podían liquidar lo que consumían.
No obstante, los bisabuelos, sensibles a la necesidad de aquellos hombres, decidieron seguir sirviéndoles sus alimentos.
Sin duda un gesto de humanidad y lealtad hacia sus compañeros, aunque esa generosidad terminó minando la economía del negocio.
Al no tener ya recursos con qué sostener el restaurante, su esfuerzo se vio truncado y el comercio cerró definitivamente.
Pues bien, familia y amigos, con este último relato me permito cerrar esta charla en la que se da cuenta, de manera general, sobre alguna información importante de Miguel Hidalgo y Costilla, entre mitos, anécdotas y genealogías.
No sin antes realizar una última reflexión: El legado de Miguel Hidalgo y Costilla sigue vivo, y a la distancia, a partir de sus ideales y acciones, hoy se define nuestra nación.
La independencia nos dio libertad; la soberanía nos hace dueños de nuestro destino; la abolición de la esclavitud y de las castas devolvieron dignidad a nuestros pueblos; la tierra devuelta y entregada a indígenas y campesinos es quizá uno de los más grandes actos de justicia.
Asimismo, gozamos hoy de libertad de expresión y de prensa. Existe en efecto, un Congreso plural y robusto. En la evolución de nuestra constitución, desde su génesis hasta hoy, se reconocen plenamente la igualdad y nuestros derechos humanos.
Todo esto fue el resultado de aquel impulso libertario. Hidalgo, como ser humano, inició con su lucha una profunda transformación, al sembrar los principios que hoy nos sostienen como una república más libre, equitativa, justa y democrática.
A todos los presentes, muchas gracias por acompañarnos.
Muy buenas noches.
*Discurso íntegro de la charla Miguel Hidalgo y Costilla: Entre mitos, anécdotas y genealogías, ofrecido el 12 de septiembre del año 2025, en la Ciudad de México, en el recinto del The University Club of Mexico. Este discurso integra las diapositivas e imágenes preparadas para dicha exposición.
624 Vista(s)
Esta entrada tiene 0 comentarios